Sin embargo, el momento más importante, el que pasará a la historia será la imagen de Roger Federer, quizá el mejor tenista de todos los tiempos, derramando lágrimas de impotencia, de sufrimiento, de reconocimiento. Esas lágrimas admiten que Rafael Nadal es mejor, ahora mismo, que él. Es la ceremonia de abdicación del Rey Federer, que le cede la corona a su amigo español. Nadal está impidiendo que el suizo sea más grande aún.
Primero fue la tierra de Roland Garros, luego, con mucho más esfuerzo, la hierba de Wimbledon y ahora la pista dura de Australia. Lugares donde el suizo imponía su técnica y su sobrada calidad sobre los demás tenistas. En la carrera del mallorquín quedan mucho retos, pero sobre todo a partir de ahora, el de romper el inmaculado expediente de Federer en el US Open, donde ha ganado en las cinco últimos años.
Pero volvamos a las lágrimas . Nunca Federer se había vuelto tan vulnerable en público. Puede ser que en privado se mostrara tan triste, pero incluso en Londres, cuando el pasado mes de julio perdió la chaqueta blanca, su bien más preciado, mantuvo la entereza, quizá porque veía que aún era más fuerte que Nadal. Esas lágrimas conmovieron la ceremonia, por algunos instantes hasta Rafa estaba triste. Incluso le llegó a pedir perdón. Es la humildad de un ganador. Esa humildad que tanto ha demostrado Federer.
Es el sexto Gran Slam de Nadal. Sólo tiene 22 años, un mundo por delante, una historia aún por escribir.
A. Alvarez Rodrigo
Foto: El Mundo
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