El Madrid estaba atascado. No veía forma de recortar la ventaja de un Barça muy superior. Los culés se mantenían firmes en la pintura, con un absoluto dominio en los rebotes y una superioridad física que provocaba arritmias a la parroquia local. Para colmo, por fuera estaba Navarro. Su muñeca no perdona desde los 6,25. Y menos si los rivales visten de blanco.
Con este panorama Plaza sólo contaba con un base: el joven Sergio Llull (21 años), que llegó a la capital hace dos temporadas, en plenos play off por el título y sin haber jugado un partido en ACB. Raúl tenía molestias y Pepe Sánchez… bueno, el argentino estaba por ahí. Era su momento. El domingo ante el Bruesa ya lo había anticipado: tiene arresto, ganas, inteligencia, forma física y cabeza para comandar al Madrid. Pero la empresa se antojaba imposible.
Sin embargo, Llull debió pensar en su vecino Nadal. Nada está perdido hasta que no se puede ganar. El Barça parecía imbatible. De hecho, en esta Euroleague sólo había perdido un partido, en Siena. Se masticaba la derrota. Pero entonces el 23 blanco hizo un “coast to coast”, se fue al centro de la pista y pidió al público que creyera. Se podía. Como cuando Nadal levanta su puño izquierdo y se auto motiva.
El triple que endosó a falta de un minuto y medio, escorado, casi sin ángulo y que culminaba la remontada (“Ninguna remontada es tal hasta que no se culmina”, decía el gran Pedro Barthe), demostró su estado de confianza. El Madrid le necesita. Otro balear salta a la fama. ¿Con qué alimentan a los niños en las islas?
A. Alvarez Rodrigo
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