Dentro de la ciencia del mundialismo futbolístico, sobre la que peroramos miles de comentaristas, una de las disciplinas más enigmáticas es la referida a las antipatías. ¿Por qué hay selecciones simpáticas y selecciones antipáticas? No está nada claro. La pentacampeona Brasil, por ejemplo, suele caer bien. Por su fútbol alegre, dicen. Y, sin embargo, ciñéndonos a las últimas décadas, jugó de forma mediocre en 1974, 1978, 1986 y 1990, fue insufrible (pese al éxito) en 1994, no estuvo mal en 1998, tiró de Ronaldo en 2002 y en 2006 volvió a aburrir. Será la “torcida”, siempre afable y bullanguera.
Alemania suele aburrir, pero de las diferentes encuestas realizadas en distintos países se desprende que, salvo en Inglaterra y Holanda, el público la acepta sin demasiadas manías. Por otra parte, resulta evidente que el régimen político del país al que representan las selecciones no tiene nada que ver con simpatías o antipatías: Corea del Norte fue la niña bonita de 1966 y a la gente se nos caía la baba con Zaire (hoy Congo) en 1974. Si fuera por la estética futbolística, Italia debería caer como un tiro, pero, por razones estéticas de otra índole, tiende a captar las simpatías de un sector del público mayoritariamente femenino.
La evolución de la imagen de Francia constituye un caso aparte. Francia no existió, en materia de selección futbolística, hasta Suecia-58, el Mundial en el que Fontaine asombró con sus goles. Luego volvió a la nada. En los 60 y los 70 solía decirse que los franceses sólo eran buenos en los deportes que se practicaban sobre una silla, mayormente el ciclismo. La irrupción de Prost en la Fórmula 1 reforzó la tesis. El fútbol francés sólo interesaba (moderadamente) a los franceses. La selección, “les bleues”, carecía de imagen.
Pero en 1978 se abrió un potente caudal de simpatía hacia Francia. Aquel fue el Mundial de Argentina, el Mundial de la Junta militar, los torturados y los desaparecidos; el Mundial en el que estuvo Kempes pero no Cruyff. Francia llegó con un equipillo en el que destacaba un tipo de 23 años llamado Platini y en el que imperaba un gran desorden. Michel Hidalgo acababa de hacerse cargo de la dirección, los veteranos miraban con desconfianza a los nuevos y no se sabía muy bien a qué jugaba el equipo. Al cabo de dos partidos ya estaban eliminados. El tercero, en el que ya no se jugaban nada, resultó especial.
Se enfrentaban a Hungría y les dijeron que no fueran de azul para que en la televisión en blanco y negro no se confundieran con los húngaros, de rojo. Alguien les dijo lo mismo a los húngaros, y ambas selecciones comparecieron de blanco. Los franceses tuvieron que pedir las camisetas a un modesto equipo de Mar del Plata, el Kimberley, que lucía franjas verdes y blancas. (Un inciso: el nombre de Kimberley se le ocurrió a uno de los fundadores viendo un documental en el cine que hablaba de las minas de Kimberley, precisamente en Suráfrica).
En ese partido sin trascendencia, Francia jugó estupendamente. Y dio una idea de lo que iba a ser en los años siguientes: campeones de la Eurocopa-84 (aquella del fallo de Arconada) y finalistas morales en el Mundial de España (el portero alemán Schumacher debió ser expulsado y procesado por intentar asesinar a Battiston). Además de alegrar a los aficionados por su fútbol ante Hungría y de caer bien por la modestia de sus camisetas blanquiverdes, los franceses enviaron una carta de protesta contra la dictadura argentina y quedaron como señores. Francia se convirtió de repente en una selección simpática.
“Les Bleues” volvieron a un discretísimo nivel competitivo tras la generación Platini, pese a contar con tipos como Cantona, Ginola, Papin y otros. Y enamoraron al planeta a partir del Mundial que jugaron en casa, en 1998. ¿Cómo no quedar seducido por un equipo en el que jugaba Zidane?. Incluso su estrepitoso fracaso en 2002 (los campeones cayeron eliminados en la primera fase) sirvió para darles una imagen de genios irregulares y atormentados. “Les Bleues” eran simpáticos.
En Alemania-06 estuvieron a punto, a punto, de volver a la cumbre. Pero el icónico cabezazo de Zidane a Materazzi pareció marcar un punto y aparte. Con aquel cabezazo comenzó una profunda transformación de la imagen francesa.
Haciendo un promedio de las encuestas realizadas en Europa y Suramérica, Francia gana de calle (con Argentina a una cierta distancia) el título de selección más antipática. Tal vez porque el seleccionador, Domenech, es profundamente borde. Pero hay otros seleccionadores bordes. Tal vez porque se clasificó gracias a la mano de Henry. Pero también Maradona marcó un célebre gol con la mano, y en ese caso se trató de una intervención divina.
Reconozco que no alcanzo a comprender los motivos de tanta malquerencia. Debo admitir, por otra parte, que a mí tampoco me caen nada bien. Lo dicho: estas cuestiones son bastante enigmáticas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario