El objetivo
miércoles, 30 de junio de 2010
Fútbol, cuestión de Estado
En Nigeria, el presidente Goodluck Jonathan ha ordenado suspender a su selección de participar en cualquier competición internacional durante los dos próximos años. Lo hace, dice, para reorganizar un equipo que ha caído en la primera fase del Mundial de Sudáfrica. Claro que también habría que entender las expectativas: desde la Federación de Fútbol nigeriana marcaron el objetivo de las semifinales. Vamos, un salto al vacío para un seleccionador, el sueco Lagerback, que tomó posesión del cargo a principios de año.
Menos mal que Goodluck es presidente de Nigeria y no de Francia. Eso deberá pensar Domenech, ex seleccionador francés. A pesar de todo, el fútbol en el país vecino también roza la cuestión de Estado. Henry se reunió con Sarkozy, Domenech tuvo que ir al Parlamento a dar explicaciones, aunque en su caso no sólo por la prematura y previsible eliminación, sino por el espantoso ridículo de unos jugadores que han demostrado que la profesionalidad no la metieron en la maleta.
Mientras, en nuestro país, de momento el Presidente solo se mete en el vestuario de la Selección para pillarle la camiseta a su hija. Bueno, en realidad fue Lissavetzky quien se la pidió a “El 7 de España”. Ya se lo dijo el gran Juanma Castaño: “¡Cómo se nota quién tiene enchufe!”. Porque de momento en España el único que ha criticado ha sido Aragonés. Críticas por otra parte, gusten o no, constructivas, luego positivas.
Afortunadamente España está en cuartos y no parece que Zapatero vaya a excluir a la Selección del panorama internacional, ni que Del Bosque acuda al Congreso a dar explicaciones. Pero, sí, el fútbol en España también es cuestión de Estado. Ya verán la que se haya montado en caso de ganar a Paraguay. Enhorabuena, amig@s, nos esperan una días muy felices. Tengo una corazonada.
miércoles, 16 de junio de 2010
Hemos tropezado, pero no caído
Poco a poco, a medida que voy sumando años a mi vida, me doy cuenta del carácter derrotista que tenemos en España. Ganamos, y todos somos guapos; perdemos, y ya buscamos culpables. La derrota ante Suiza no debe hacernos olvidar que somos Campeones de Europa, favoritos al título y el equipo que mejor juega.
En momentos como este, en días como aquellos que vivió la Selección de Baloncesto, tenemos que aprender a madurar. Tomar un poco del carácter alemán y del espíritu italiano. Ahora que tenemos un ADN futbolístico, que nos hemos encontrado en la penumbra de la historia, ahora que presumimos de este estilo nacional, ahora tiene que surgir la confianza.
lunes, 14 de junio de 2010
Los Malqueridos
Dentro de la ciencia del mundialismo futbolístico, sobre la que peroramos miles de comentaristas, una de las disciplinas más enigmáticas es la referida a las antipatías. ¿Por qué hay selecciones simpáticas y selecciones antipáticas? No está nada claro. La pentacampeona Brasil, por ejemplo, suele caer bien. Por su fútbol alegre, dicen. Y, sin embargo, ciñéndonos a las últimas décadas, jugó de forma mediocre en 1974, 1978, 1986 y 1990, fue insufrible (pese al éxito) en 1994, no estuvo mal en 1998, tiró de Ronaldo en 2002 y en 2006 volvió a aburrir. Será la “torcida”, siempre afable y bullanguera.
Alemania suele aburrir, pero de las diferentes encuestas realizadas en distintos países se desprende que, salvo en Inglaterra y Holanda, el público la acepta sin demasiadas manías. Por otra parte, resulta evidente que el régimen político del país al que representan las selecciones no tiene nada que ver con simpatías o antipatías: Corea del Norte fue la niña bonita de 1966 y a la gente se nos caía la baba con Zaire (hoy Congo) en 1974. Si fuera por la estética futbolística, Italia debería caer como un tiro, pero, por razones estéticas de otra índole, tiende a captar las simpatías de un sector del público mayoritariamente femenino.
La evolución de la imagen de Francia constituye un caso aparte. Francia no existió, en materia de selección futbolística, hasta Suecia-58, el Mundial en el que Fontaine asombró con sus goles. Luego volvió a la nada. En los 60 y los 70 solía decirse que los franceses sólo eran buenos en los deportes que se practicaban sobre una silla, mayormente el ciclismo. La irrupción de Prost en la Fórmula 1 reforzó la tesis. El fútbol francés sólo interesaba (moderadamente) a los franceses. La selección, “les bleues”, carecía de imagen.
Pero en 1978 se abrió un potente caudal de simpatía hacia Francia. Aquel fue el Mundial de Argentina, el Mundial de la Junta militar, los torturados y los desaparecidos; el Mundial en el que estuvo Kempes pero no Cruyff. Francia llegó con un equipillo en el que destacaba un tipo de 23 años llamado Platini y en el que imperaba un gran desorden. Michel Hidalgo acababa de hacerse cargo de la dirección, los veteranos miraban con desconfianza a los nuevos y no se sabía muy bien a qué jugaba el equipo. Al cabo de dos partidos ya estaban eliminados. El tercero, en el que ya no se jugaban nada, resultó especial.
Se enfrentaban a Hungría y les dijeron que no fueran de azul para que en la televisión en blanco y negro no se confundieran con los húngaros, de rojo. Alguien les dijo lo mismo a los húngaros, y ambas selecciones comparecieron de blanco. Los franceses tuvieron que pedir las camisetas a un modesto equipo de Mar del Plata, el Kimberley, que lucía franjas verdes y blancas. (Un inciso: el nombre de Kimberley se le ocurrió a uno de los fundadores viendo un documental en el cine que hablaba de las minas de Kimberley, precisamente en Suráfrica).
En ese partido sin trascendencia, Francia jugó estupendamente. Y dio una idea de lo que iba a ser en los años siguientes: campeones de la Eurocopa-84 (aquella del fallo de Arconada) y finalistas morales en el Mundial de España (el portero alemán Schumacher debió ser expulsado y procesado por intentar asesinar a Battiston). Además de alegrar a los aficionados por su fútbol ante Hungría y de caer bien por la modestia de sus camisetas blanquiverdes, los franceses enviaron una carta de protesta contra la dictadura argentina y quedaron como señores. Francia se convirtió de repente en una selección simpática.
“Les Bleues” volvieron a un discretísimo nivel competitivo tras la generación Platini, pese a contar con tipos como Cantona, Ginola, Papin y otros. Y enamoraron al planeta a partir del Mundial que jugaron en casa, en 1998. ¿Cómo no quedar seducido por un equipo en el que jugaba Zidane?. Incluso su estrepitoso fracaso en 2002 (los campeones cayeron eliminados en la primera fase) sirvió para darles una imagen de genios irregulares y atormentados. “Les Bleues” eran simpáticos.
En Alemania-06 estuvieron a punto, a punto, de volver a la cumbre. Pero el icónico cabezazo de Zidane a Materazzi pareció marcar un punto y aparte. Con aquel cabezazo comenzó una profunda transformación de la imagen francesa.
Haciendo un promedio de las encuestas realizadas en Europa y Suramérica, Francia gana de calle (con Argentina a una cierta distancia) el título de selección más antipática. Tal vez porque el seleccionador, Domenech, es profundamente borde. Pero hay otros seleccionadores bordes. Tal vez porque se clasificó gracias a la mano de Henry. Pero también Maradona marcó un célebre gol con la mano, y en ese caso se trató de una intervención divina.
Reconozco que no alcanzo a comprender los motivos de tanta malquerencia. Debo admitir, por otra parte, que a mí tampoco me caen nada bien. Lo dicho: estas cuestiones son bastante enigmáticas.
viernes, 11 de junio de 2010
A favor del mestizaje y en contra del interés
Artículo publicado en el diario As por Juanma Trueba donde explica muy bien por qué en las selecciones nacionales no debería de haber extranjeros nacionalizados.
El asunto es delicado y proclive a las malas interpretaciones. Por tanto habrá que empezar por decir que el fútbol debe ser reflejo del mestizaje que vive la sociedad. Es muy lógico, en consecuencia, que las selecciones de los países que acogen inmigrantes se enriquezcan con sus hijos y con su talento. Lleva años ocurriendo en Francia e Inglaterra y pronto sucederá en España. Caso muy distinto es el de quienes nacieron en un país y se formaron como deportistas en él. Cambiar luego de nacionalidad es una posibilidad legal que encaja difícilmente con lo emocional, con el papel que cada jugador internacional debería desempeñar como representante de su país. Tal vez esté defendiendo una tesis demasiado romántica, pero es que la contraria me parece excesivamente pragmática: nacionalizarse por el interés, por la oportunidad de jugar un gran torneo. Camoranesi, y cito a uno de tantos, llegó a Italia con 24 años y aseguró, tras su nacionalización, que se seguía sintiendo argentino. A eso me refiero. Al jugador que persigue un objetivo personal, a veces sin disimulo, y al equipo que privilegia la competitividad al sentimiento.
Me gusta pensar que en los Mundiales los estilos futbolísticos se corresponden, en mayor o menor medida, con las idiosincrasias nacionales. Me gusta disfrutar de ese enfrentamiento casi sociológico. Lo admito: tal vez sea demasiado romántico.
miércoles, 9 de junio de 2010
España, candidata no, favorita sí
martes, 8 de junio de 2010
Humanos
Lo leo en la prensa. Tras su victoria en Roland Garros, Rafael Nadal nos recuerda a todos que es humano. Parecería una afirmación innecesaria, ya que la racionalidad nos dice que el de Manacor es de la misma especie que usted y yo, pero, al verlo jugar sobre la arena parisiense, se diría que el muchacho tiene añadido algún nuevo gen resultado de la última innovación genética proveniente de un laboratorio. Tal vez la afirmación es redundante con las lágrimas que derramaba al pie del podio donde acababa de recibir el trofeo de campeón y el homenaje de todos los que estaban en la pista central; hasta de su rival, Robin Soderling. Las lágrimas en la derrota de Roger Federer también nos ayudaron a entender que detrás de ese tenista imperturbable que es el suizo en la victoria se ocultaba un ser humano que, en la adversidad, se derrumbaba igual que todos los demás. Lágrimas de emoción incontenible; lágrimas que, aunque se intenten ocultar, no hacen más que acercarnos a esos héroes inaccesibles, nos los hacen enteramente humanos.
Cuando me preguntan qué es lo más difícil en una carrera deportiva, suelo responder que superar el primer gran fracaso. Muchas veces creemos que las carreras deportivas están compuestas de peldaños que se van superando de forma limpia, lo que acrecienta la confianza del deportista en sí mismo y en sus capacidades competitivas hasta generar un superhombre deportivo que, casi, cree estar en posesión de poderes extrasensoriales. Pero lo normal es que, antes o después, se encuentre con un escollo que para algunos es insuperable y para otros un aliciente para continuar, un reto para mostrar lo mejor. Y es en esos días cuando te encuentras con tu condición de humano imperfecto, de humano que duda sobre sus capacidades, de humano que se llena de preguntas sin respuesta. Y es en ese momento cuando tu mente adquiere esa capacidad extraña que te convierte en un radar que solo detecta mensajes negativos, solo percibe matices oscuros hasta en las noticias más luminosas, cuando todo lo que te rodea es negro, duro, frío. Cuando uno comete un error grosero como el mío ante Nigeria en el primer partido del Mundial de Francia 1998, al día siguiente se levanta con 40 millones de españoles en la espalda y se pregunta si será capaz de ponerse de nuevo en la portería con la sensación de que domina aquellos tres palos que miran a su espalda. Y no se trata tanto de una cuestión técnica, ya que seguro que no se te ha olvidado jugar al fútbol, sino de un asunto que te envía una nota de duda ante cada nueva situación de riesgo, de tal forma que lo que antes hacías de forma automática, sin pensarlo, sin medir los riesgos asumidos, se acaba convirtiendo en una pregunta tras otra, en una duda constante que te obliga a pensar cada paso, cada movimiento, cada acción.
Y es de ese infierno del que Nadal ha vuelto para mostrarnos lo mejor de sí mismo, ya que era un Rafa que había superado esa barrera en la que otros se han quedado, su primer gran fracaso, su momento más bajo, aquel en el que no encuentras ningún refugio. Un Nadal para el que cada lágrima era un recuerdo de todo lo padecido, de todo lo trabajado, de todo lo que en este tiempo ha descubierto de sí mismo.
Y me imagino a Valentino Rossi tumbado en su cama, descansando tras todo lo padecido en un fin de semana terrible para él. Y lo imagino con su mente llena de pequeñas cuestiones para las que no va a hallar una respuesta inmediata, sintiéndose por primera vez como el piloto derrotado. Él, que tantas veces ha dejado fuera del rebufo a sus rivales, que tantas veces ha sido el joker del juego, tendrá en su mente todos esos demonios que tan sabiamente ha sido capaz de introducir en el pensamiento de sus rivales, en forma de virus mental, y de los que tanta ventaja competitiva ha sabido sacar.
Hoy, igual que ayer, igual que mañana, el asunto se suele resumir en una cuestión de confianza, de eso tan difícil de adquirir, tan fácil de perder; de eso de lo que desborda nuestra selección de fútbol, camino de Sudáfrica. Ojalá también encuentren las respuestas cuando aparezcan las cuestiones inesperadas. Porque, aunque alguna vez no lo parezcan, ellos, nuestros futbolistas, también son humanos.
Mourinho, amantes y Real Madrid
Ante la atónita mirada del cuñado postizo Jorge Valdano, el presidente del Real Madrid ha vuelto a ser infiel. No le culpo, la verdad, porque en realidad, infieles somos todos que miramos al sexo opuesto con ojos de viciosa envidia, sobre todo en esas mágica noches de primavera cuando se alzan copas y uno se percata de que el camarero ya se ha llevado la nuestra.
Florentino defendió en un escarnio de entrevista en Cuatro (ya comentada por servidor hace algún tiempo), que si el Real Madrid no ganaba nada esta temporada, no sería un fracaso. ¡Qué pena! Ya entonces comenzó el engaño.
Ahora Mou es el amante elegido, quien puede sofocar ese ansia, esa sed, esas ganas de culminar. Pero… ya el verano pasado el amante fue Cristiano Ronaldo, y antes Capello, Luxemburgo, Queiroz, Camacho… Demasiadas aventuras. Quizá sea el momento en que el madridismo madure, se comprometa y sea fiel, en la salud y en la enfermedad, en las victorias y en las derrotas, en Liga, Copa y Champions, aunque los títulos escaseen, hasta que los contratos concluyan. Porque Florentino es humano, aunque a la vez sea un ser superior, y también se ve afectado por la manipulación informativa que encrespa a la afición. Ya lo ven, hasta los dioses tienen momentos de flaqueza.