Se puede decir que Raúl es al Madrid, lo que Del Piero a la Juve, un apéndice y una insignia. Lo que era Albelda para el Valencia, hasta que se lo han cargado, y con él, el DNI de una generación triunfal para un club de segunda fila mundial. El caso del valencianista es un ejemplo de cómo no cargase a un ídolo, a ese joven jugador que ha subido escalón a escalón hasta llegar a levantar dos Ligas y una Copa de la UEFA, que siempre aportará cordura, seriedad y compromiso en el vestuario.
Sin embargo, Ramón Calderón ha dado un paso más. No le vale con que Raúl acabe su carrera en el Real Madrid. Lo que quiere es que pertenezca ligado para la eternidad, hasta el día del juicio final. Como hizo en su día el Athletic de Bilbao con Julen Guerrero, extraño caso de futbolista abrumado por la fama. Guerrero fue un referente para todos lo niños que iban a entrenar a Lezama. A pesar de que su carrera se paró en seco, los aficionados continuaron amando a ese exquisito futbolista. Pero ahora Guerrero es una hipoteca para el Athletic, el club no sabe dónde ubicarlo y quiere prescindir del que otrora fuera símbolo vizcaíno.
Lo mismo le puede ocurrir a Raúl, ahora muy útil y querido, pero, quizá, en el futuro se convierta como un jarrón chino: muy grande, muy bonito, pero que nadie sabe dónde ponerlo, porque en todos los sitios estorba.
A. Alvarez Rodrigo
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