A lo largo de los últimos días se han dado a conocer dos noticias de deportistas salpicados por el dopaje. En primer lugar, el ciclista vasco Iban Mayo recibía la grata noticia de que su, en principio, positivo por EPO en el pasado Tour de Francia no era tal, ya que el contraanálisis había dictaminado todo lo contrario. Casi al mismo tiempo, desde Italia llegaba otra gran información: la justicia transalpina absolvía a Pep Guardiola del positivo por nandrolona que al jugador catalán le detectaron hace seis años.
Sin embargo, el caso de Mayo parece que no ha visto su punto final, ya que la UCI no se fía del contraanálisis y ha pedido que la muestra B –usada en el contraanálisis- se vuelva a analizar. Los dos casos nos demuestran la dura realidad en la que viven los ciclistas. Lejos de ser tratados por igual con los futbolistas, los deportistas de la bici son vilipendiados por la sociedad y juzgados, en ocasiones, hasta límites insospechados. Cuando salió a la luz el positivo de Guardiola fuimos muchos los que mostramos nuestra incredulidad, no sólo porque ser un caso en un futbolista –pocos hasta el momento-, sino por que Guardiola inspiraba confianza y sinceridad, modelo del buen deportista.
Sin embargo, la publicación del presunto dopaje de Mayo provocó un “si es que ya lo sabía yo”. Los ciclistas soportan acusaciones y sospechas que ningún ciudadano aguantaría. Ahora, el Código Mundial Antidopaje va a implantar el pasaporte biológico, por el que, mediante unos sistemas estadísticos, cualquier corredor sospechoso no podrá correr. Es decir, ya no sólo se les castiga en caso de positivo, sino que también se hará en caso de ser sospechoso. A esta medida hay que sumarle el ya consumado Código de Conducta que obliga a los equipos a controlar en todo momento a sus deportistas. Y cuando se dice controlar es controlar: saber en todo momento dónde está, que está haciendo y con quién y durante cuanto tiempo, lo cual menoscaba su libertad privada. Incluso, Jonathan Vaughters piensa en controlar a su corredores vía GPS.
No se puede esperar menos de un organismo que está comenzando a dar síntomas de senilidad. La lucha del dopaje provoca que hasta el presidente de la UCI, Pat McQuaid, diga, por un lado, que “si la duda sobre los ciclistas continúa, el ciclismo se acercará a la parodia”; y luego, por otro, sea el primero en exigir la revisión de los análisis de Mayo, pues lo cree, a todas luces, culpable.
La benevolencia que hay sobre el futbolista se transforma en persecución con cuchillos entre los dientes detrás de los ciclistas, quienes son tratados como animales sin sentimientos ¿Quién le devolverá a Mayo los tres meses de sufrimiento? Hay que perseguir a los tramposos, tanto del deporte rey como del resto, pero procurando que no paguen justos por pecadores.
A. Alvarez Rodrigo
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