Orfeo Suarez, redactor-jefe de deportes de El Mundo, toma a Sudáfrica y su historia para reclamar un poco de respeto en este país y sobre todo en regiones como Cataluña y País Vasco, donde llevar una camiseta de España parece una provocación.
Comprobar cómo canta todo un estadio la mitad de un himno que años atrás significaba la melodía de la opresión, por entender que fue bueno para la reconciliación nacional, para la integración, es toda una lección para quienes procedemos de un país donde la interpretación de esa pieza es, a menudo, motivo de conflicto. El fútbol ha servido dos ejemplos con pocas semanas de diferencia, en la final de Copa entre Barcelona y Athletic, y en el Free Stadium de Bloemfontein, minutos antes del duelo entre Sudáfrica y España. El público de mayoría negra, después de respetar el himno español en silencio, cosa que tampoco sucede en nuestro país, entonó el suyo emocionado, primero el 'Nkosi Sikelele' en 'xhosa'; después, el 'Di Stem', en 'afrikaans'. Al mismo tiempo, en nuestro país, independentistas radicales boicoteaban en Terrasa, pueblo natal de Xavi, la retransmisión del encuentro de la selección y quemaban una de las pantallas que Telecinco había colocado para seguir el encuentro.
Las dos letras, sobre la misma melodía, son producto de un pacto que impuso Nelson Mandela al núcelo duro del Congreso Nacional Africano (CNA) en 1994, año de su llegada al poder, contra la opinión, incluso, de Jacob Zuma, actual presidente. Formaba parte de una estrategia que pretendía la reconstrucción del país a través de una transición incruenta, sin rencor, a pesar de los 27 años que pasó en prisión. Hasta los 'Springboks', el equipo de rugby, gran símbolo de los 'afrikaners', aprendió la parte en 'xhosa' del 'Dios protege a África', con una profesora particular durante una concentración.
No era sólo el estadio el que imponía esa liturgia, porque en uno de los antiguos barrios segregados, un 'township llamado Botha, un grupo de periodistas españoles pudimos comprobar de qué forma lo entonaban los niños, de principio a final, con la lengua de sus antepasados y la de los opresores de sus padres, mientras un conductor de autobús los dirigía. Sus miradas estaban limpias, sin odio, al contrario de lo que sucede demasiadas veces en España con el himno nacional, los autonómicos o los de otros países. Es perfectamente legítimo no compartir un himno, ni una bandera, hasta comprensible en un país como España, con su pasado a cuestas. Pero lo exigible, ya en un régimen que garantiza las libertades, es respeto, tanto por lo que evoca unidad como por lo que pone en valor las diferencias. La suma es lo bueno. Esta selección española, desde el éxito, y esta Sudáfrica, desde la difucltad, son buenos ejemplos.
Comprobar cómo canta todo un estadio la mitad de un himno que años atrás significaba la melodía de la opresión, por entender que fue bueno para la reconciliación nacional, para la integración, es toda una lección para quienes procedemos de un país donde la interpretación de esa pieza es, a menudo, motivo de conflicto. El fútbol ha servido dos ejemplos con pocas semanas de diferencia, en la final de Copa entre Barcelona y Athletic, y en el Free Stadium de Bloemfontein, minutos antes del duelo entre Sudáfrica y España. El público de mayoría negra, después de respetar el himno español en silencio, cosa que tampoco sucede en nuestro país, entonó el suyo emocionado, primero el 'Nkosi Sikelele' en 'xhosa'; después, el 'Di Stem', en 'afrikaans'. Al mismo tiempo, en nuestro país, independentistas radicales boicoteaban en Terrasa, pueblo natal de Xavi, la retransmisión del encuentro de la selección y quemaban una de las pantallas que Telecinco había colocado para seguir el encuentro.
Las dos letras, sobre la misma melodía, son producto de un pacto que impuso Nelson Mandela al núcelo duro del Congreso Nacional Africano (CNA) en 1994, año de su llegada al poder, contra la opinión, incluso, de Jacob Zuma, actual presidente. Formaba parte de una estrategia que pretendía la reconstrucción del país a través de una transición incruenta, sin rencor, a pesar de los 27 años que pasó en prisión. Hasta los 'Springboks', el equipo de rugby, gran símbolo de los 'afrikaners', aprendió la parte en 'xhosa' del 'Dios protege a África', con una profesora particular durante una concentración.
No era sólo el estadio el que imponía esa liturgia, porque en uno de los antiguos barrios segregados, un 'township llamado Botha, un grupo de periodistas españoles pudimos comprobar de qué forma lo entonaban los niños, de principio a final, con la lengua de sus antepasados y la de los opresores de sus padres, mientras un conductor de autobús los dirigía. Sus miradas estaban limpias, sin odio, al contrario de lo que sucede demasiadas veces en España con el himno nacional, los autonómicos o los de otros países. Es perfectamente legítimo no compartir un himno, ni una bandera, hasta comprensible en un país como España, con su pasado a cuestas. Pero lo exigible, ya en un régimen que garantiza las libertades, es respeto, tanto por lo que evoca unidad como por lo que pone en valor las diferencias. La suma es lo bueno. Esta selección española, desde el éxito, y esta Sudáfrica, desde la difucltad, son buenos ejemplos.
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