¡Quién nos lo iba a decir! El prestigio internacional de los clubes españoles queda en manos del Atlético de Madrid. Increíble la travesía que ha hecho esta temporada, habitual por otra parte en un club donde reina la inestabilidad y las prisas desde hace demasiado tiempo, y donde todos tienen la culpa. Eso sí, tanto de lo malo como de lo bueno, como es en el caso que nos ocupa.
De lo bueno porque entre jugadores, entrenadores, directiva y afición han llegado a Hamburgo para levantar la primera Europa League, esta sub Champions League que se ha inventado Michael Platini. Tiene `guasa´ el asunto, ya que el día 12, el insultado, vilipendiado y odiado Platini puede entregarle a Antonio López el tercer título europeo de la historia rojiblanca.
Desde hace tiempo tengo claro que si el `Atleti´ fuera persona, sería bipolar. Hace un tiempo Forlán era pitado en el Calderón. Ahora, tras el gol en Anfield vive en el corazón de la hinchada. A finales de 2009, la grada pedía la cabeza de toda la plantilla y del entrenador, Abel Resino. Enrique Cerezo ofreció la del toledano para conservar la suya.
Sin embargo, el problema de este club es psicológico. Tan pronto se autocalifica como candidato a la Liga, como tres jornadas más tarde ve con abismo la Segunda División. En esta ocasión, la clave del cambio hacia el optimismo y la reconciliación ha estado en dos factores: el descubrimiento de dos canteranos de categoría, Domínguez y De Gea, que identifica al pueblo con el equipo; y la llegada de Thiago.
Lo del portugués me recuerda a lo que pasó en el primer Barça de Rijkaard con Edgar Davids. No era fundamental, pero su fichaje supuso una tranquilidad espiritual kafkiana. Porque es eso, el Atlético de Madrid, muchas veces, parece sacado de un libro de Franz Kafka.
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