El próximo mes de junioSudáfrica será el centro de atención planetario debido a la celebración de la Copa Mundial de fútbol. Por primera vez en la historia, la FIFA llevará toda su parafernalia al continente más olvidado, y a la vez maltratado. Aunque el país sudafricano, el más desarrollado y estable de todos, quizá es el menos africano.
Mientras tanto, miles de africanos intentarán hacer el viaje contrario al de las estrellas del balompié. Mientras Cristiano Ronaldo viaje en busca de la final de Johannesburgo, en la dirección opuesta Sayon Keita se partirá el pecho por jugar en Las Gaunas la próxima temporada.
Como imagino que ya sabrán la historia del portugués, les voy a contar la de Keita. Este joven de 19 años tenía muy claro que lo suyo era el fútbol, como tantos otros. Por eso se lanzó, patera de por medio, hacia las Canarias. Allí, como a miles y miles de inmigrantes, lo ingresaron en un Centro de Internamiento de Inmigrantes, en espera de la orden de viaje de vuelta a casa.
Como a tantos otros, dicha orden no se ejecutó, y Keita viajó hasta Madrid, para buscar su sueño. Justo a la misma ciudad donde Ronaldo hace fama de su nombre, cuerpo y juego para ganar miles de euros al segundo, Keita tuvo que recurrir a la caridad. Fue perseguido, pero no por alocadas fans en busca de un autógrafo, sino por justicieros policías en busca de papeles.
Mientras Ronaldo encerraba en el Santiago Bernabéu a 80.000 fieles que fotografiaban cada pose, Keita fue encerrado en una celda donde el tiempo pasaba lenta y pesadamente. Eso sí, con la idea de salir y triunfar, esperando su momento. Y llegó. Entró a formar parte del Club Deportivo Vienés, de Tercera División.
Aún así, una orden de expulsión pesaba sobre Keita, amenazado por jueces y policías que cualquier día por la calle le solicitasen los papeles. Sin embargo, el fútbol, aquello por lo que vivió, le puede salvar. La Unión Deportiva Logroñés, de Segunda B, le ha ofrecido un contrato profesional que legalizaría su condición.
Keita se quedará, pero muchos otros no corren la misma suerte. Jóvenes engañados por sedientos representantes capaces de beber del poco agua que queda en África, solicitando a las familias cerca de 2.000 euros para que sus hijos triunfen en Europa.
Luego, abandonados, sin dinero, sin fama, sin sueño, tienen que volver. Valga un dato: el 40% de las órdenes de repatriaciones de Costa de Marfil obedece a adolescentes enamorados del balón que buscaron su estrella. Este verano el mundo le va a dar algo a África, pero sigue siendo muy poco en comparación con lo robado. Ni 100 mundiales servirían.
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