Pau Gasol. El mejor año del mejor jugador que ha visto el baloncesto español. Ganó el título de la NBA y el Eurobasket. En los dos torneos fue decisivo para la victoria de sus equipos. Primer español que gana el anillo de la NBA. Su impacto en los Lakers ha sido espectacular. Fichado en febrero de 2008, cuando el equipo no figuraba ni de lejos entre los favoritos a conquistar el campeonato, Gasol se erigió inmediatamente como el perfecto complemento de Kobe Bryant. Los Lakers llegaron a la final, pero la perdieron frente a los Celtics de Boston.
Un año después, Gasol dio un recital en la serie final frente a los Magic de Orlando, tanto en el capítulo defensivo como en el ataque. Se impuso claramente a Dwight Howard y aseguró el dominio de los Lakers en el juego interior. Desde la contratación de Gasol, su equipo no ha perdido tres partidos seguidos. En febrero de 2009 disputó su segundo partido como All Star. En diciembre amplió su contrato hasta 2014, con un salario que le coloca entre los mejor pagados de la NBA. Su aportación resultó fundamental en la victoria de España en el Eurobasket, a pesar de la lesión en una mano que le impidió entrenarse en las semanas previas al torneo. Elegido MVP del campeonato, Gasol volvió a demostrar que su calidad garantiza el éxito: ha ganado el Mundial junior, la Liga y la Copa con el Barcelona, el Mundial y el Eurobasket con la selección española y ha logrado el título de la NBA. Sólo le falta el título de campeón olímpico.
Rafael Nadal. La sucesión de lesiones condenó a Nadal a un temporada llena de dificultades. A los ojos de los aficionados no fue un gran año, pero su victoria en el Open de Australia le concedió un nuevo éxito en el Grand Slam, tras las conquistas de Roland Garros en cuatro ocasiones y de Wimbledon en 2008. En Australia protagonizó un torneo sensacional, con dos partidos inolvidables. Su victoria frente a Verdasco en las semifinales figura entre los duelos más vibrantes del tenis reciente. En la final se impuso en otro gran partido al suizo Roger Federer, que acabó entre lágrimas. La figura de Nadal comenzaba a interponerse como un muro entre el suizo y su deseo de superar a Pete Sampras como el máximo ganador de torneos del Gran Slam.
La lesión del jugador español abrió las puertas a Federer, vencedor por vez primera en Roland Garros y ganador de Wimbledon. Nadal vivió su momento más difícil en Roland Garros, donde jamás había perdido un partido. Después de cuatro títulos sucesivos, perdió frente al sueco Soderling en la cuarta ronda. Desde ese momento, el jugador español atravesó por una merma física que le impidió disputar Wimbledon. Sin embargo, su tenacidad le llevó hasta las semifinales del Open de Estados Unidos y encabezar al equipo español que logró la victoria en la Copa Davis.
Roger Federer. El jugador suizo comenzó el año con una frustrante derrota frente a Nadal en el Open de Australia, escenario de un épica final entre los dos grandes actores del tenis mundial. Federer, cuyo dominio en las superficies rápidas había sido casi incontestable hasta 2008, se situó ante una dura realidad: Nadal le había vencido en Wimbledon y en Melbourne. Este tipo de situaciones suelen tener efectos letales para los veteranos, pero Federer remontó hasta completar una temporada sensacional. La lesión de Nadal, invicto durante cuatro años en Roland Garros, permitió el respiro de Federer en el torneo francés. Nunca había conquistado el título, el único que le faltaba para cerrar el círculo del Grand Slam.
En 2009 acabó con su particular maldición. Arrolló al sueco Soderling en la final, igualó el récord de victorias de Sampras en los cuatro torneos del Grand Slam y manifestó una vez su autoridad en el tenis. Quienes le consideran el mejor de la historia –la mayoría de especialistas y aficionados, por otra parte- encontraron un nuevo dato para esta tesis. En julio conquistó Wimbledon, la 15ª victoria en el Grand Slam, una más que las obtenidas por Sampras. A Federer solo le detuvo Del Potro, una de las figuras emergentes en el circuito. El jugador argentino le derrotó en el Open de Estados Unidos.
El Barça. Nunca el fútbol ha asistido a una temporada como la protagonizada por el Barça, ganador de todos los títulos en juego. Venció en todas las competiciones: Liga, Copa, Copa de Europa, Supercopa de España, Supercopa de Europa y Mundial de clubes. En el campo estadístico, los seis títulos le acreditan como el mejor equipo de todos los tiempos. Sin embargo, el Barça ha sido algo más que un modelo de eficacia. A su consistencia en la victoria agregó un exquisito formato, interpretado con inteligencia, astucia y poderío por unos jugadores que coronaron el particular modelo instaurado hace 20 años por Johan Cruyff. Los nombres de Messi, Xavi, Iniesta, Alves, Puyol, Piqué y Etoó figurarán para siempre en el santoral azulgrana. Pero este equipazo, que apenas un año antes había terminado a 18 puntos del Madrid en la Liga, sería impensable sin la huella de su entrenador.
En el verano de 2008, Pep Guardiola fue designado entrenador del Barça. Tenía 37 años y sólo podía acreditar una temporada como técnico, la que le permitió ascender al Barça B a la Segunda División B. Muchos sectores del barcelonismo y del fútbol español consideraron imprudente la contratación de Guardiola. En la mayoría de los cuarteles mediáticos se apoyaba la contratación del portugués José Mourinho. Guardiola no dudó. Implicado desde niño en el barcelonismo, conocedor como ningún otro de los secretos del cruyffismo, radical en su propuesta futbolística, Guardiola se erigió inmediatamente en el líder que necesitaba el equipo. Su figura creció hasta convertirse en un referente novedoso. Superó el margen de acción del entrenador al uso y se estableció como la voz del Barça en el terreno deportivo, institucional y simbólico. Dirigido por su joven técnico, el equipo no paró hasta conquistar todas las competiciones, con dos momentos especialmente cruciales: la aparatosa victoria en el Bernabéu y la victoria frente al Manchester en la final de la Liga de Campeones. El 2-6 de Chamartín significó la apoteosis del Barça. El triunfo sobre el campeón inglés despejó cualquier duda sobre la trascendencia del equipo de Guardiola en el escenario internacional.
Leo Messi. Ganador del Balón de Oro y de todos los honores del fútbol, Leo Messi disfrutó en el Barça de una temporada mágica, la que le acreditó definitivamente como uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos. Messi anotó 38 goles en la temporada 2008-09 y se reservó muchos de ellos para los grandes partidos. Marcó en los dos enfrentamientos con el Real Madrid, en la final de Copa frente al Athletic y en la final de la Copa de Europa. Su cabezazo ante el Manchester United resume todas las características de este futbolista excepcional. Quienes sospechaban que Messi sólo era un gran regateador se han encontrado con un futbolista total, capaz de destrozar a sus rivales desde la media punta, asociado con Iniesta o Xavi, de manejar el ritmo de los partidos o de sorprender a sus adversarios con acciones imprevistas. De eso trató el gol de Roma, donde Messi se impuso a Vidic y Rio Ferdinand para clavar el segundo gol del Barça.
Su maravillosa temporada sólo fue interferida por su difícil encaje en la sufriente selección argentina, cuya clasificación para el Mundial de Suráfrica estuvo salpicada de críticas contra Messi. No le ayudó Maradona, posiblemente más interesado en preservar su mito en Argentina que en dispensar la ayuda necesaria a su sucesor natural. Por razones que se escapan a la lógica y que anidan en sentimientos tribales, Argentina mira con sospecha a Messi, nacido en Rosario pero educado futbolísticamente en el Barça, club adonde llegó con 13 años. Su compromiso con la selección argentina ha sido inequívoco: con su equipo nacional venció en el Mundial sub 20 y en los Juegos Olímpicos de Pekín. Sin embargo, los prejuicios se mantienen. En lugar de aprovechar a un jugador formidable, la crítica argentina prefiere cuestionarle, sin comprender que el problema de ninguna manera reside en Messi, sino en la falta de estructura de un equipo anárquico, sometido al cuestionable criterio que hasta ahora ha demostrado Maradona.
Usain Bolt. El atleta del futuro está aquí y amenaza con nuevas proezas. Usain Bolt se ha empeñado en cuestionar los límites previstos del hombre con unas marcas siderales, desde luego impensables hace un par de años. A su arrolladora actuación en los Juegos de Pekín, donde sus apabullantes marcas le convirtieron en el deportista del año, le sucedió una monstruosa demostración en los Mundiales de Berlín. El atleta jamaicano batió nuevamente los récords mundiales de 100 y 200 metros, lo que en su caso significó trasladar las marcas a un territorio inimaginable para sus rivales. Ni tan siquiera el estadounidense Tyson Gay logró comprometerle. Bolt está fuera de este mundo. Ganó la final de 100 con un registro de 9,58 segundos, 11 centésimas menos que su marca anterior. Nunca la gran prueba de la velocidad había asistido a un sopapo semejante. Este salto obligó a los técnicos, especialistas y aficionados a preguntarse por la frontera de Bolt. El jamaicano contestó inmediatamente. En la final de 200 metros destrozó su récord mundial con una marca futurista: 19,19 segundos. No es fácil imaginar lo que significa este registro. Hace dos años se consideraba que el récord de Michael Johson (19,30 segundos en los Juegos de Atlanta) perduraría hasta el año 2020 como mínimo.
¿Qué pensar entonces de los 19,19 segundos? Las demostraciones de Bolt han sido de tal calibre que su figura ha traspasado los márgenes del atletismo, un deporte que vive tiempos difíciles tras los numerosos escándalos por dopaje que se han producido en esta década. El atletismo necesitaba un personaje extraordinario, alguien capaz de devolver la atención a las pistas. Usain Bolt es el regalo perfecto. Hasta su extrovertido carácter ayuda a generar nuevos aficionados, especialmente entre el sector más juvenil. Bolt ha devuelto el interés al atletismo y se ha instalado como una de las grandes figuras del deporte actual. Se asegura que su reciente contrato con la firma Puma le garantizan unas ganancias anuales de seis millones de dólares. Estamos por tanto ante un deportista que trasciende fronteras en todos los sentidos. El atletismo se queda pequeño ante sus proezas y el deporte mundial se lo reconoce: Bolt es el hombre del año.
Michael Phelps. El año comenzó de forma sinuosa para Phelps, ganador de ocho medallas de oro en los Juegos de Pekín. Nueve años de dominio incontestable en el mundo de la natación le dieron títulos, fama y dinero. Sus millonarios contratos publicitarios le convirtieron en un personaje excepcional. La natación no hace rico a nadie, pero Phelps, como Bolt en el atletismo, pertenece a otra raza. Son figuras que se elevan sobre sus deportes para convertirse en referencias globales. Esta posición se tambaleó en la pasada primavera cuando el sensacionalista periódico inglés News of the World publicó una fotografía donde Phelps inhalaba marihuana en una fiesta privada. No era la primera vez que la imagen del nadador estadounidense quedaba dañada a los ojos de los virtuosos. Dos años antes fue detenido por conducir borracho. Esta vez, sin embargo, se dispararon los decibelios del caso. Los moralistas emprendieron una campaña contra Phelps que fue atendida por la Federación de Estados Unidos. El nadador fue suspendido durante tres meses. Algunas firmas retiraron a Phelps de sus campañas publicitarios. Después de 14 medallas de oro en los Juegos Olímpicos, con una longevidad infrecuente en la natación y con su imagen dañada, podía sospecharse el declive del gran campeón. No fue así. Sin apenas preparación, se clasificó para seis pruebas de los Campeonatos del Mundo, sacudidos por la polémica de los bañadores de nueva generación, caracterizados por su extrema flotabilidad y por su efecto en la tabla de récords. Las grandes marcas dejaron de ser noticia ante el impulso del poliuretano. Phelps se encontró en una posición delicada. Acudió a los Mundiales de Roma con una preparación limitada y con un bañador de primera generación. Su Speedo LZR fue una sensación en 2008.
En 2009 estaba desfasado ante la aparición de los milagrosos nuevos bañadores. En estas condiciones, Phelps sufrió una dolorosa derrota ante el alemán Paul Biedermann, que le arrebató el récord mundial de 200 metros libre. En cada prueba, el campeón estadounidense concedía medio bañador a sus grandes rivales. Entre ellos figuraba el serbio Milorad Cavic, el hombre que estuvo a punto de destrozar su ambicioso proyecto en los Juegos de Pekín. Cavic estuvo a una centésima de superar a Phelps en la final olímpica de los 100 metros mariposa. Evidentemente era favorito en los Mundiales de Roma. Tenía las mejores marcas y el mejor bañador. “Si no quiere excusas, le regalo uno de mi marca a Phelps”, declaró el serbio en la víspera de la final de los 100 metros mariposa. Declaración inoportuna frente a un competidor soberbio como Phelps. Contra todo pronóstico, en las circunstancias más difíciles que pudieran encontrarse, el genio estadounidense protagonizó uno de los grandes momentos del año. Phelps derrotó a Cavic en una final majestuosa. Bajó de los 50 segundos y manifestó nuevamente que es el mejor nadador de todos los tiempos.
Alberto Contador. Pocas veces un ciclista ha hecho tanto con menos ayuda. Alberto Contador ganó el Tour de Francia en una situación sorprendente. Encontró el desafecto de la mayor de su equipo, incluido el director, Johan Bruynel. Al fondo, la gigantesca figura de Lance Armstrong, que regresó al ciclismo después de tres años de ausencia. Su regreso se produjo en medio de la efervescencia mediática. Ganador de siete ediciones del Tour de Francia, Armstrong pertenece a la categoría de los inmortales del ciclismo. Su personalidad le ayuda. Nadie en la historia del ciclismo ha sabido rentabilizar tanto su imagen. Las vicisitudes de su vida, incluido un episodio de cáncer que amenazo gravemente su vida, también le ayudaron a generar un impacto mediático al que no fue ajeno su condición de estadounidense. Norteamérica abrazó a Armstrong como un personaje fundamental del deporte y, de repente, el ciclismo cobró una popularidad enorme en su país. El retorno del gigante colocó a Contador en una delicada posición. Era el jefe de filas del Astana, pero Armstrong no es de los que tolera los papeles secundarios. No había regresado para pasearse, ni para permitir que nadie le discutiera su autoridad. A su alrededor encontró la colaboración de muchos de sus viejos compañeros y de Johan Bruynel.
A principios de julio, en los días previos al comienzo del Tour, Armstrong y Bruynel comenzaron a preparar los contactos para la creación de nuevo equipo. No querían competencia interior. No querían a Contador. El ciclista español se encontró ante una complicada realidad. Sus principales adversarios estaban en el seno de su equipo. La enorme personalidad de Armstrong tampoco ayudó a Contador. El campeón americano comenzó el Tour como si nunca se hubiera bajado de la bicicleta. Intimidó a todos sus rivales y no rindió cuentas ante nadie. En una ventosa etapa por el Mediterráneo aprovechó la ventaja numérica de su equipo para obtener un minuto de ventaja sobre Contador. Ese día, el español supo que tendría que luchar en solitario frente al pelotón, Armstrong y la mayoría de su propio equipo. Su respuesta fue impresionante. Nadie pudo detener a Contador en la montaña, ni en la contrarreloj. Su clase y juventud se impusieron a la experiencia y a la autoridad de Armstrong. El duelo significó el cambio de poderes en el ciclismo. Contador decidió que había llegado su hora y que nadie iba a demorar su consagración como principal figura del ciclismo. Armstrong se opuso hasta que se impuso la evidencia. No podía derrotar a un corredor tan ambicioso y tenaz como él, pero más joven y mejor preparado para vencer las extremas dificultades del Tour.
Ramón Calderón-Florentino Pérez. Dos títulos de Liga no fueron suficientes para garantizar la estabilidad institucional en el Real Madrid, sometido a graves guerras desde la dimisión de Florentino Pérez en febrero de 2006. Su sucesión se convirtió en un escenario de ambiciones incontenible y de más que dudosos procedimientos para obtener el poder. De las elecciones de 2006 emergió la figura de Ramón Calderón, presidente de un club atribulado por las acusaciones de fraudes en los comicios. La presidencia de Calderón se caracterizó por la inestabilidad. Los dos títulos de Liga significaron menos que las tempranas eliminaciones del equipo en la Liga de Campeones. Mientras tanto, el club era un hervidero de rumores, con la figura de Florentino Pérez como principal actor. Desde su dimisión comenzó a especularse con su vuelta. Si había querido dejar al Madrid atado y bien atado, no lo consiguió. Sus sucesores, todos ellos forjados en el seno de su directiva, se negaron a cualquier tutela. Querían caminar solos. Calderón comenzó a deslizar mensajes contra su predecesor y le situó en el centro de una gran conspiración contra su figura. Finalmente nadie conspiró tanto contra Calderón como Calderón.
El pucherazo en la asamblea del club fue detectado y publicado por Marca, con unos efectos vertiginosos. Los aficionados del Real Madrid se enteraron de la gravísima influencia de personajes de medio pelo, caracterizados por su aire folklórico y sus altísimos honorarios. Eran los nanines. El 14 de febrero, Calderon apareció ante los medios amparado por su junta directiva. Negó todas las acusaciones de fraude. Dos días después apareció solo, con sus directivos enfrente, para comunicar su dimisión. Se impuso la evidencia de la trampa. Desde ese momento, se dio por descontado el regreso de Florentino Pérez. No hubo necesidad de elecciones. La debilidad institucional garantizaba la victoria del hombre que tiempo atrás contrató Figo, Zidane, Ronaldo y Beckham. Tampoco le faltaban figuras esta vez. En medio de la crisis económica más profunda desde la Segunda Guerra Mundial, el Real Madrid anunció la contratación de Cristiano Ronaldo (95 millones de euros), Kaká (65 millones), Benzema (36) y Xabi Alonso (30 millones), entre otras grandes estrellas del fútbol mundial. El verano estuvo dominado por el goteo de fichajes y por las multitudinarias presentaciones de los nuevos jugadores. El efecto mediático fue descomunal. Tampoco faltaron críticas. Michel Platini, presidente de la UEFA, y Joan Laporta, presidente del Barcelona, atacaron con dureza la política de Florentino Pérez. En cualquier caso, el Madrid regresó al centro del escenario durante el verano, antes de que la realidad de la competición volviera a manifestar los miedos y las dudas que tanto afectaron al presidente en el periodo anterior.
Tiger Woods. La aséptica figura de Tiger Woods ha dominado el mundo del golf en la última década. Con mano de hierro y un ojo clínico, el jugador estadounidense ha logrado una notoriedad excepcional. Su historial, repleto de éxitos en los grandes torneos, le ha elevado sobre toda su generación y quizá sobre las anteriores. Durante años han sido mayoría los que han considerado a Tiger Woods superior a Jack Nicklaus, el gran referente del golf en los últimos 50 años. La carrera de Woods sólo estaba amenazada por el efecto de una grave lesión de rodilla, insuficiente en todo caso para cuestionar su hegemonía. Durante toda su carrera, Woods ha sido una máquina de generar victorias y dinero. Sorprendentemente en el mundo actual, sometido a un brutal escrutinio de los ricos y famosos, Woods había logrado cuadrar el círculo. Ganaba más que nadie y apenas se conocía nada de él. Esta distancia parecía acreditarle como un personaje diferente, capaz de mantenerse ajeno a las tribulaciones que tanto deterioran las carreras de las grandes estrellas del deporte: la embriaguez y el fumeque de marihuana en el caso de Michael Phelps, la acusación de asalto sexual en el caso de Kobe Bryant, el dopaje en el caso de Marion Jones y muchas de las grandes estrellas del béisbol. Tiger Woods, no. Vivía en entre victorias en el golf y en la publicidad. Su imagen era la preferida por muchas de las grandes corporaciones.
A Tiger le llovían millones no sólo porque era el gran campeón de golf de nuestro tiempo, sino por la garantía de su sólida imagen. Con él no había nada que temer. Nada de escándalos. Nada de problemas legales. Nada inquietante. Era el robot perfecto. Pero detrás del blindaje se agitaba un personaje imprevisto. Todo comenzó con la noticia de su accidente doméstico. “Tiger Woods resulta herido en un accidente de automóvil”, comunicaban las primeras noticias de agencia. “Su estado es satisfactorio”, añadían las mismas fuentes. Horas después comenzaron a llegar informaciones sobre el accidente: había ocurrido en los terrenos de su casa, su coche tenía las lunas destrozadas y alguien más estaba involucrado en el incidente. Era su mujer. Al parecer había destrozado con un palo de golf la ventana trasera del vehículo que conducía Tiger. En apenas una semana, el caso pasó de irrelevante a grandioso. En escena aparecieron una decena de mujeres, todas proclamando sus relaciones con Tiger Woods. El hombre intachable se convirtió repentinamente en el protagonista de una saga con todos los ingredientes picantes: fama, sexo, infidelidad, violencia, descrédito. El resultado es una demanda de 300 millones de dólares interpuesta por su mujer y el cambio de rumbo en la carrera de Tiger Woods, que ha anunciado su retirada temporal del circuito. No le será fácil regresar. Si lo hace, tendrá que hacerlo en unas condiciones radicalmente diferentes a las que ha mantenido hasta ahora. Nunca más será la aséptica estrella anterior.
1 comentario:
hermanin! muchas gracias por el comentario q me dejaste en el blog, lo acabo de ver...es q ando aun despistada con estas cosas...me hizo mucha ilusión! Un besin :)
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